Del caballo al buen vivir: a nueve años del proceso de sustitución de vehículos tracción animal en Bogotá.

 Historia Fotográfica de Bogotá y Colombia on Twitter: "Familia en su zorra  por la 63, junto al Parque el Salitre...Bogotá año 1990..  https://t.co/uPCTGiqJtj" / Twitter

El proceso de sustitución de vehículos de tracción animal por parte de la Alcaldía de Bogotá cumple ya nueve años. Los caballos salieron de las calles bogotanas en las que los veíamos mal vivir y desfallecer a diario. Eran sometidos a cargas que superaban todas sus posibilidades físicas y su dolor no era atendido pues la atención veterinaria no era una opción para ellos. 

Mucho antes de lograrse la sustitución a penas un par de organizaciones de Derechos Animales se encargaban, a veces con acompañamiento de la policía y otras veces sin ella, de los decomisos, la revisión de los animales, los varios censos que se hicieron sobre las carretas, y de recibir a muchos caballos que llegaban en condiciones deplorables fruto de la explotación que sufrían en las calles bogotanas.

Llegado el momento y después de esperar que otras administraciones hicieran el proceso de sustitución, las negociaciones para el acuerdo final estuvieron llenas de toda clase de tropiezos. No solamente existía la natural reticencia de los carreteros al cambio del modo de vida que conocían, sino que en la práctica se tenían que surtir problemas como la falta de escolaridad de quien iba a conducir un vehículo de motor pues no puede tener licencia de conducción aquel que no haya cursado al menos la primaria. 

Existían en ese momento dos opciones de sustitución: vehículo de motor o modelo de negocio. Los carreteros pudieron acceder a varias ferias organizadas por el distrito en donde estaban expuestas las opciones de vehículos ofrecidas, o considerar montar un negocio propio con asesoría del la alcaldía en ese entonces en cabeza de Gustavo Petro.

Hubo un presupuesto de algo más de veinte millones por cada persona censada poseedora de un caballo. Quisiera enfatizar en la inversión monetaria hecha por el distrito pues se trató de una apuesta por la dignidad y el futuro de cada una de esas familias. A día de hoy, los 36 salarios mínimos con los que era beneficiado cada carretero, -unos 11 mil dólares en aquel entonces-, constituye una suma que pudo asegurar un cambio sustancial en la realidad de una familia pobre. 

La intervención del distrito no se remitió exclusivamente a lo monetario, también se ofrecieron servicios de Integración Social, salud y escolarización para las familias que estaban entregando a los animales. 

Cierto es que el proceso fue lento y contó con varios problemas. Los animalistas implicados criticaban con razón el hecho de que no había sido asignado ningún  presupuesto para cubrir también gastos veterinarios que la mayoría de los caballos recibidos requerían. Las necesidades de los animales eran varias y todo se gestionó con recursos de donaciones que se hacían llegar a la universidad UDCA donde permanecían los caballos antes de ser trasladados con sus adoptantes.

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Aún con los yerros del proceso, una vez fueron  asignados los vehículos y recursos para cada familia, los animales salieron de la tortuosa vida que conocieron hasta entonces. Pasados nueve años muchos ya no vivirán pero pudieron conocer una vida más tranquila y benévola. Se puede decir lo mismo de los ex-carreteros convertidos ahora en transportadores y dueños de negocios. 

Los carros que fueron asignados hace nueve años siguen hoy transitando la ciudad, adaptados algunos con cubiertas más sofisticadas, unos mejor tenidos que otros, pero todos siendo usados por quienes más trabajan siempre, los pobres. 

No sólo los vehículos le dieron una dimensión totalmente distinta a estos trabajadores y sus familias, les fue entregada una posibilidad que trascendió al vehículo, nuestros barrios cambiaron después del proceso de sustitución, esas familias pueden hoy ir más lejos y con más orgullo de lo que iban en sus trajinadas y precarias zorras. La evidente distinción que había al hacer uso de una zorra por las avenidas de la ciudad quedó disipada cuando las mismas personas dieron el salto al uso de un vehículo de motor.  

Por supuesto, después de muertes, maltrato y explotación, los caballos que veíamos desfallecer nunca más volverán a la ciudad, y este es el mejor destino que pudimos asegurarles a esos dulces y pacientes animales. 

Quisiera enfatizar en la integridad de todo el proceso de sustitución de equinos en Bogotá. Sacar a los caballos de las calles, librarlos del maltrato siempre fue el primer estandarte de las agrupaciones animalistas, pero el proceso logró dignificar a todos los involucrados. Los presupuestos, aunque a penas existentes para los animales, fueron lo suficientemente generosos para lograr la compra o la consecución de apalancar el trabajo de miles de familias en la ciudad. 

Recientemente he visto críticas relacionadas con el hecho de que la tracción equina ha sido prohibida -aunque no implementada del todo- en ciudades y municipios pero la existencia de personas que jalan unas carretas aún más frágiles, parecen ser cada vez más numerosas. Las críticas proponen una falsa dicotomía contrariando los procesos de sustitución de tracción animal vs la existencia de la tracción humana.  Estas críticas no sólo desconocen que quienes hoy usan esas carretas nunca fueron tenedores de un caballo y por tanto no se vieron beneficiados por procesos de sustitución, sino que además,  plantear que la solución para que se aligere la difícil vida de alguien que trabaja y muchas veces duerme en la propia carreta, está lejos de pasar por permitir la vuelta de la tracción animal. El Estado no puede en ningún caso pauperizar al pobre ofreciendo una alternativa tan indigna, problemática y cruel como lo es el uso de caballos y burros para el transporte de carga. 

En efecto, el uso de las carretas cargadas por personas se incrementó con la llegada de migrantes venezolanos y la pobreza que se agudizó después de la pandemia, pero necesitamos alternativas acordes a una vida digna, en donde el uso de la tecnología no le sea negado a nadie, donde la gente no tenga que continuar durmiendo en la calle y escarbando los contenedores de basura para encontrar material de reciclaje. 

Negarle a la gente el uso y disfrute de medios sofisticados o al menos medianamente modernos para poder ejercer su oficio constituye un desprecio absoluto por los pobres y toda la clase trabajadora. 

La gente que hoy depende de una carreta ejerce también un servicio para la ciudad que la mayoría de empresas de aseo no ha sabido suplir ni facilitar. Por ello también la importancia de integrar las necesidades de la gente y saber construir modelos como la creación de un operador público que atendía a la inclusión de los recicladores que en la mayoría de casos eran también tenedores de caballos. 

Hemos de pedir que los carreteros de ahora, puedan ser contratados o se puedan organizar para seguir prestando el servicio que ahora le dan a la ciudad, con los medios adecuados para tal labor, pero que esto les signifique un salario suficiente para poder prosperar y tener acceso a servicios de educación, salud y ocio. 

Al igual que lo ocurrido con el proceso de sustitución de vehículos de tracción animal en la Bogotá Humana, hemos de encontrar soluciones eficacez para terminar el sufrimiento de los animales y mejorar las condiciones de vida de las personas. Confío plenamente en que en un posible gobierno liderado por Gustavo Petro y Francia Marquez los esfuerzos porque esto suceda no serán escatimados.
















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