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Por Araceli Vegana
 
Esta noche ha diluviado y me he levantado poco después de las 6 y sin dormir demasiado, ya que a esas horas mucha gente quería comer, o salir fuera, o entrar dentro, o estar a los dos lados de la puerta a la vez, o estirar las plumas, o arañar árboles, u observar a las garzas, o beber agua de los charcos, u oler todos los aromas de la tierra mojada o lo que sea que quieran hacer a esas tempranas y mojadas horas…

... después de observar todo el agua que tenía por recoger que se ha colado por las ventanas, las plantas arrancadas del huerto, que no teníamos luz… he respirado hondo y he mirado el paisaje apoyando mis manos en la barandilla mojada, se veía todo tan verde y con radiantes soles reflejados en cada una de las gotas de agua, con aquella luz azul que queda tras la tormenta, con el mar de fondo aún con vida a pesar de nuestros esfuerzos por matarla toda, y a toda esa gente con la que convivo disfrutando de un nuevo día de vida, de su vida, de todas las vidas… he pensado que, como tocaba el agua de la barandilla con mis manos, estaba conectada con todo, transmitiéndolo todo, formando parte de todo aquello...

... y entonces he visto a una madre con sus cuatro pequeños en la montaña. Una madre vigilante que me miraba desde lejos, atenta, observando mis lentos movimientos y que ha lanzado un ronquido que ha paralizado, de golpe, a todos sus hijos. He sonreído pensando que ninguna madre humana, que no sea una tirana, consigue hacer obedecer al instante a sus hijos, haciéndoles entender, además, con tan solo una palabra, tantas cosas a personas tan pequeñas…

Como mi actitud era tan pasiva que lo único que ha continuado en movimiento ha sido mi respiración y mi corazón que ya galopaba de alegría, la madre debe haber considerado que, a pesar de ser humana, no soy ningún peligro y ha empezado a ollar el suelo, inmediatamente los pequeños han empezado a jugar en un estallido similar al del último día de clase en un colegio antes de vacaciones, a rascarse contra árboles y piedras, a lanzar plantas que arrancaban del suelo al aire y a perseguirse entre ellos lanzando agudos chillidos cuando se atrapaban unos a otros.

Ha sido precioso verlos jugar como perros, como niños, como cerdos...

Ojalá todo el mundo pudiese verlos así y no a través de la mira de una escopeta o convertidos en cadáveres en un plato.

Ojalá fuésemos tan libres, tan salvajes, tan felices como cualquier animal tras la tormenta.

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